miércoles, 26 de septiembre de 2007
El conejo rosa
De pequeño robé en una papelería una maquineta. Era rosa y con forma de conejo. (Pausa) Mi madre me llevó a devolverla y me hizo disculparme. Yo no entendí bien la situación: tuve que decir algo así como que la había cogido por error (lo cual era mentira, respondió a un impulso fuerte, al que tras pensar un buen rato -tal vez días- decidí dar salida, y cuyas consecuencias -miedo, resentimiento, culpabilidad- no me permitieron disfrutar del objeto adquirido en virtud de mi osadía), y, por si fuera poco, la dueña de la papelería le quitó importancia.
Aprendí que no podía coger lo que no era mío porque me enfrentaría no sólo a la vergüenza sino además a una situación absurda de considerables dimensiones. Y, para colmo, me enfrenté también a una circunstancia que no había tenido en cuenta, y era que no podía contarle a nadie lo que había hecho, pues lo que robé no fue precisamente un cochecito ni un sobre de cromos de Mazinger Z. Un niño que no llega a los 10 años no puede contarle a sus amigos semejante hazaña, sabe que será inmediatamente torturado en medio del patio a base de pelotazos, que nadie querrá jugar con él durante un largo periodo de tiempo y que las niñas cambiarán sus sonrisas por miradas de desconfianza o, peor aún, de compasión. Y a esa edad ha aprendido ya que darle la vuelta a tal situación constituiría sin duda un acto heroico.
Otras consideraciones sobre el asunto: Cuando todos los sacapuntas que has visto en tu vida son de un metal gris y sucio, una maquineta de plástico, de color vistoso y con forma de animal no puede menos que alegrar tu pupitre y, por extensión tu vida. Me vi obligado a dejarla en casa, primero la escondí y con el tiempo, cuando olvidé un poco el asunto, decidí utilizarla, detalle que a mi madre no se le escapó. Y en la tienda no había ninguna de un caimán ni de un tigre, sólo había un conejo acursilado o encursilecido a los ojos del mundo entero, una víctima de ciertas convenciones occidentales que disponen el color azul para los niños y el rosa para las niñas.
Y como hablamos de sexos, y todo va a parar al sexo, el interior de la vagina es rosa (lo sé por unas fotos que vi a los 12 años en un Interviú, y que la llamen conejo es algo que analizaremos profundamente en otra ocasión, para lo cual invitaremos a 10 antropólogos de todo el mundo, incluido uno de raza pigmea -y así de paso confirmamos un dato que puede tener su morbo para algunos). Pero recordemos que el glande no es azul celeste por muy morado que pueda ponerse tras diez minutos en la Antártida, de lo cual se deduce que fueron los hombres, concretamente los heterosexuales, quienes impidieron a los niños varones tener relación alguna en toda su vida con el color rosa. Pero quisiera ir más allá, porque para establecer una norma hay que tener poder, y para luego saltársela mientras el mundo la respeta, más poder todavía. Ayer vi a un pijo en moto por la Vía Augusta con un jersey fúcsia sobre los hombros. Si un día le da por recorrer un barrio obrero lo torturarán, a lo mejor a pelotazos. Él no sabrá por qué. Nosotros, ahora, sí.
26.9.07
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