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Dice Primo Levi en el libro Entrevistas y conversaciones:
“En fin, intenté encomendarme a Dios [para salvarse de la cámara de gas] y recuerdo, sin altivez, haberme dicho a mí mismo: “No, esto tú no lo puedes hacer, no tienes derecho. En primer lugar, porque no crees en Dios; en segundo lugar, porque pedir un favor sin considerarse un privilegiado es un acto prepotente”.
Y luego sigue la entrevista:
-Escapé de la muerte, y no sé por qué. Y después de mi regreso a Italia vi a un amigo, creyente a su manera, que me dijo: “Está claro por qué te has salvado: porque Dios te ha protegido”. Estas palabras me pusieron en un estado de extrema indignación: una indignación que no traté mínimamente de esconder al hombre que la había provocado. Me pareció que todo era un despropósito enorme, porque yo había visto en torno a mí a millares de hombres más dignos que yo, niños ciertamente inocentes, que sufrían y morían, y, por el contrario, había visto salvarse a hombres deplorables, con toda seguridad malvados. Por lo tanto, la salvación o la muerte no habían dependido de Dios sino del azar. Ahora bien, también podemos llamar “Dios” al azar. Pero esto quiere decir un Dios ciego, un Dios sordo, que no considero que valga la pena tomar en consideración.
-¿Y entonces?
-Para mí las cosas están así: Dios es omnipotente o no es Dios. Pero si existe y, por lo tanto, es omnipotente, ¿por qué permite el mal? El mal existe. El mal es el dolor. Por consiguiente, si Dios, a su arbitrio, puede convertir el bien en mal, o sólo dejar que el mal se extienda por la Tierra, quiere decir que es un Dios malo. Y la hipótesis de un Dios malvado es una hipótesis que me repugna. Así que me atengo a la que me parece más simple: lo niego.
Mis consideraciones:
Entiendo eso de que “pedir un favor [a Dios] sin considerarse un privilegiado es un acto prepotente” en el sentido de que Dios tendría que decidir que tú no vas a morir como los demás, y tendría que hacerlo sólo porque tú se lo ruegas, sin valorar si tienes más méritos que los demás para salvarte. Con el agravante de que en un caso así uno no pide “Sálvanos a todos” sino que ruega por su propia salvación, únicamente, porque pedir que se salven todos los que están entrando en la cámara de gas parece pedir mucho, dado lo grave de la situación, y el hombre es tan simple, tan sencillo, tan listillo, tan humilde, tan primario en su sufrimiento, que le dice a Dios: “Sálvame al menos a mí”, con la sensación de que a Dios no le costaría nada, porque, total, sería uno entre miles, no cambiaría gran cosa el curso de los acontecimientos, ¿verdad? ¡Como si los demás no estuvieran también rogándole intensamente!
Por otro lado, Dios tendría que castigar esa prepotencia, ese acto de pedirle un privilegio (nadie debería pedirle nunca nada a un ente omnipotente, tan inconcebible como infinito, tan poderoso como todos los soles juntos, tan aparentemente caprichosos sus actos que cualquiera que crea que los puede entender, más que prepotente es un necio), y no importa si se le ruega desde la fe o desde la ausencia de ella, pues ¿acaso tiene el creyente más derecho a la vida? Todos somos criaturas iguales ante Dios Padre, creamos en él o no, y no está escrito en la Biblia que los no creyentes, sencillamente, deban morir (Dios los castiga o les da lecciones, pero no los mata -al menos a los protagonistas de las historias que nos han llegado, claro), ni que deban morir antes que los que dudan. ¿O sí está escrito? Porque si lo está, desde luego hay que vivir con temor a Dios, y el infierno sólo será una extensión de Él. Parece que Dios mata a los no creyentes, a los que le ofenden, para dar lecciones a los que dudan de él. Un buen maestro sin duda, aquel cuya lección es el asesinato. Dios es un terrorista, parece ser. Y también mata a los creyentes (no habían sido buenos, seguro) y a los inocentes (los buenos, tampoco ser bueno te da privilegios), puesto que dejó morir a Abel en manos de Caín para que la humanidad aprendiera la lección. ¿Qué le importa a Dios una vida inocente, qué le importa a Dios la vida? Es capaz de matar a un niño recién nacido para dar una lección a sus padres. Isaac se salvó por los pelos, Dios estaba de buen humor (¡estúpida y peligrosa historia!).
Sacar esas conclusiones partiendo de una interpretación literal de esos fragmentos de la Biblia puede considerarse ingenuo -además de artificioso y blasfemo-. Sabemos que en esencia sólo son historias de las que entresacar una lección, pero al pie de la letra las han usado los sacerdotes de distintas religiones durante siglos y lo siguen haciendo. Diría que considerar las cosas en estos términos (el bien y el mal) es demasiado simple, es saltarse el paso del análisis objetivo para mirar ya las cosas desde el punto de vista religioso, o de un religioso, aunque uno no lo sea; digamos desde la visión religiosa, que es subjetiva. Es poner en tela de juicio la fe desde la misma fe o desde la búsqueda de la fe. Y eso es contradictorio, porque la fe no puede ponerse en tela de juicio, porque así es la fe.
“En fin, intenté encomendarme a Dios [para salvarse de la cámara de gas] y recuerdo, sin altivez, haberme dicho a mí mismo: “No, esto tú no lo puedes hacer, no tienes derecho. En primer lugar, porque no crees en Dios; en segundo lugar, porque pedir un favor sin considerarse un privilegiado es un acto prepotente”.
Y luego sigue la entrevista:
-Escapé de la muerte, y no sé por qué. Y después de mi regreso a Italia vi a un amigo, creyente a su manera, que me dijo: “Está claro por qué te has salvado: porque Dios te ha protegido”. Estas palabras me pusieron en un estado de extrema indignación: una indignación que no traté mínimamente de esconder al hombre que la había provocado. Me pareció que todo era un despropósito enorme, porque yo había visto en torno a mí a millares de hombres más dignos que yo, niños ciertamente inocentes, que sufrían y morían, y, por el contrario, había visto salvarse a hombres deplorables, con toda seguridad malvados. Por lo tanto, la salvación o la muerte no habían dependido de Dios sino del azar. Ahora bien, también podemos llamar “Dios” al azar. Pero esto quiere decir un Dios ciego, un Dios sordo, que no considero que valga la pena tomar en consideración.
-¿Y entonces?
-Para mí las cosas están así: Dios es omnipotente o no es Dios. Pero si existe y, por lo tanto, es omnipotente, ¿por qué permite el mal? El mal existe. El mal es el dolor. Por consiguiente, si Dios, a su arbitrio, puede convertir el bien en mal, o sólo dejar que el mal se extienda por la Tierra, quiere decir que es un Dios malo. Y la hipótesis de un Dios malvado es una hipótesis que me repugna. Así que me atengo a la que me parece más simple: lo niego.
Mis consideraciones:
Entiendo eso de que “pedir un favor [a Dios] sin considerarse un privilegiado es un acto prepotente” en el sentido de que Dios tendría que decidir que tú no vas a morir como los demás, y tendría que hacerlo sólo porque tú se lo ruegas, sin valorar si tienes más méritos que los demás para salvarte. Con el agravante de que en un caso así uno no pide “Sálvanos a todos” sino que ruega por su propia salvación, únicamente, porque pedir que se salven todos los que están entrando en la cámara de gas parece pedir mucho, dado lo grave de la situación, y el hombre es tan simple, tan sencillo, tan listillo, tan humilde, tan primario en su sufrimiento, que le dice a Dios: “Sálvame al menos a mí”, con la sensación de que a Dios no le costaría nada, porque, total, sería uno entre miles, no cambiaría gran cosa el curso de los acontecimientos, ¿verdad? ¡Como si los demás no estuvieran también rogándole intensamente!
Por otro lado, Dios tendría que castigar esa prepotencia, ese acto de pedirle un privilegio (nadie debería pedirle nunca nada a un ente omnipotente, tan inconcebible como infinito, tan poderoso como todos los soles juntos, tan aparentemente caprichosos sus actos que cualquiera que crea que los puede entender, más que prepotente es un necio), y no importa si se le ruega desde la fe o desde la ausencia de ella, pues ¿acaso tiene el creyente más derecho a la vida? Todos somos criaturas iguales ante Dios Padre, creamos en él o no, y no está escrito en la Biblia que los no creyentes, sencillamente, deban morir (Dios los castiga o les da lecciones, pero no los mata -al menos a los protagonistas de las historias que nos han llegado, claro), ni que deban morir antes que los que dudan. ¿O sí está escrito? Porque si lo está, desde luego hay que vivir con temor a Dios, y el infierno sólo será una extensión de Él. Parece que Dios mata a los no creyentes, a los que le ofenden, para dar lecciones a los que dudan de él. Un buen maestro sin duda, aquel cuya lección es el asesinato. Dios es un terrorista, parece ser. Y también mata a los creyentes (no habían sido buenos, seguro) y a los inocentes (los buenos, tampoco ser bueno te da privilegios), puesto que dejó morir a Abel en manos de Caín para que la humanidad aprendiera la lección. ¿Qué le importa a Dios una vida inocente, qué le importa a Dios la vida? Es capaz de matar a un niño recién nacido para dar una lección a sus padres. Isaac se salvó por los pelos, Dios estaba de buen humor (¡estúpida y peligrosa historia!).
Sacar esas conclusiones partiendo de una interpretación literal de esos fragmentos de la Biblia puede considerarse ingenuo -además de artificioso y blasfemo-. Sabemos que en esencia sólo son historias de las que entresacar una lección, pero al pie de la letra las han usado los sacerdotes de distintas religiones durante siglos y lo siguen haciendo. Diría que considerar las cosas en estos términos (el bien y el mal) es demasiado simple, es saltarse el paso del análisis objetivo para mirar ya las cosas desde el punto de vista religioso, o de un religioso, aunque uno no lo sea; digamos desde la visión religiosa, que es subjetiva. Es poner en tela de juicio la fe desde la misma fe o desde la búsqueda de la fe. Y eso es contradictorio, porque la fe no puede ponerse en tela de juicio, porque así es la fe.
Por eso creo que negar a Dios es darle demasiada importancia, es ser un religioso sin fe –y por eso decía antes que los conceptos Bien y Mal son ya religiosos. ¿Dios? ¿Qué es eso...? Basta con la indiferencia. La respuesta a sobre si Dios es un dios malo, o a por qué permite el mal, está en la naturaleza. Historia de la Ley Divina: A Dios le importa dar lecciones al hombre para que, al obedecerle, vaya mejorando, y sacrifica a cuantos haga falta sacrificar para conseguir ese fin. Pues eso tiene un nombre, que son varios, y se llama instinto de conservación de la especie, la ley del más fuerte, el grupo importa más que el individuo, el individuo vive gracias a que existe el grupo. La Ley Natural por excelencia. Los hombres nos pasamos la vida dedicando nuestra fuerza a luchar contra esa ley del más fuerte (defendiendo y protegiendo a los más débiles, porque sabemos lo que es ser o sentirse débil) -es nuestra paradoja, ¡muy bella!, nos hace sentir más fuertes-, y luego nos morimos creyendo que hemos conseguido algo para la especie -parte de la misma paradoja-, creemos que ser fuertes nos ha permitido vivir más tiempo que otros, lo cual suele ser así. Y cuando llega un terremoto o un holocausto, no entendemos nada, nos sentimos más débiles que nunca, y por mucho que saquemos todas nuestras fuerzas de flaqueza contra la adversidad, en un momento de desesperación –a punto de entrar en la lista para la cámara de gas- sólo nos queda pedir ayuda a quienquiera que sea El Responsable. Y encima somos tan complejos que de repente a uno se le ocurre que no cree poder acceder a ese Responsable -no cree- y que aunque creyera y pudiera hacerse oír, la posibilidad de ser escuchado es tan remota que incluso genera una cuestión moral: El terremoto es algo tan inmenso y poderoso que, ¿por qué tendría que salvarse un bichito como yo? -pies para qué os quiero-; o bien: Miles de personas están siendo gaseadas sistemáticamente porque tienen algo en común conmigo para alguien fuerte del que nadie las ha salvado, ¿por qué voy a salvarme yo y no los demás? ¿Cómo argumentarlo? ¿Cómo justificarlo? El Responsable encima me echará en cara que soy un prepotente, y El Responsable no salva a los prepotentes, pero además, yo prefiero morir a ser prepotente. En fin, muy complejos decía que somos. Menos religión y más historia y educación -el azar sólo se combate (se reduce un poco) mediante conocimientos sobre el funcionamiento de la vida. Menos temor a Dios y más amor a la Vida. Me ha marcado una frase que he transcrito últimamente de algún libro: “¿Cómo voy a creer en el hombre si no creo en mí mismo?” Tanta clase de religión, de ética, de filosofía, de matemáticas, de literatura... No hay ninguna asignatura que se llame “Yo” o “El Yo” o “Tú” o “Nosotros” o “El hombre”. Aprendemos a creer en nosotros mismos a trompicones, a base de estudiar asignaturas que se llaman “Ellos” o “Ello” o “Esto” o “Aquello” o “Allí” o “Entonces”. ¿Cómo no vamos a sentirnos aislados, solos, débiles? Intentan enseñarnos a creer en los hombres a una edad en que no creemos en nosotros mismos. Por eso el mundo está lleno de personas que no creen en el hombre, porque no creen en sí mismas. Pero creen en Dios incluso cuando les ha pedido que maten para él a su hijo cual carnero como prueba de fe. Sólo faltaba que les dijera que una vez sacrificado y santificado se lo podrían comer, también. Y si por Dios deben estar dispuestos a matar a sus hijos -para vivir ellos, como algunas bestias-, ¿cómo no van a matar a otros hombres por creer en otro Dios o en ninguno, por ser negros, homosexuales o sencillamente por tener ideas distintas? Sin duda matar a todos los que no piensan como tú hace tus ideas indiscutibles, y si nadie te discute nada, es que lo tuyo es absoluto, es decir, divino. Por eso matar -quitar la vida a otro- ha sido siempre una forma de acercarse a Dios, o más bien de ser como Dios manda (a Abraham), parecido a Él, o sea pura Bondad.
Por suerte nos queda intentar comprender la naturaleza, no olvidar que somos animales, mortales, parte de ella; luchar por la supervivencia según sus leyes -el amor es también en nosotros y en otros animales una de sus leyes, bellamente contrapuesta a la ley del más fuerte, o paralela, pues normalmente quien recibe y da amor es más fuerte (más feliz, más sano) que otros- y aceptar nuestra hora y la de nuestros semejantes. Porque de lo contrario el párrafo anterior sólo podría acabarse con una expresión de significado tan crudo y amplio como “¡Hay que joderse!”, que suena a resignación, a rabia contenida y a totalitarismo en el nombre de Dios. No, no, acabemos con un sí.
Dice Primo Levi:
"En otras palabras, me entra la sospecha de que detrás de esta enorme máquina del universo haya un maquinista que regule su movimiento, si no es que la ha inventado. Pero esta sospecha, que quede claro, no me libra de la convicción de que este maquinista, si existe, es indiferente a las cosas de los hombres. Vaya, que no es alguien a quien podamos dirigirnos con la oración."
-"Me parece notar en el tono de su voz cierto pesar..."
-"Y no se equivoca. Me gustaría que el maquinista existiera, y también me gustaría que fuera un maquinista-Dios. Tener a un padre, un juez, un maestro, sería una buena cosa, una cosa tranquilizadora. Pero este deseo que está en mí no me autoriza a construirme un Dios a medida, no es un deseo tan fuerte que me impulse a inventarme a un Dios para poder dialogar con él."
Y me decía yo hace unas semanas:
Si Dios existe, nos ha abandonado a nuestra suerte. Que disfruten de la vida los que puedan y sufran los que tengan que sufrir. El hombre tendrá que apañárselas, hacerse sus propias normas si quiere sobrevivir y evitar su extinción. Y si no la evita, a otra cosa. "Yo ya he hecho bastante", debe de haberse dicho.
22.6.04
1 comentario:
Muy bueno el texto, deberías escribir siempre así pues tienes facilidad para profundizar y expresarte. Te van más los temas serios pues una de tus mejores armas es la belleza de la expresión y la claridad de lo que tú piensas
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