sábado, 22 de septiembre de 2007

El príncipe gris-azulado

Una princesa tiene un pretendiente. Y como suele ocurrirle a las princesas, padece de un romanticismo que se convierte en una especie de egoísmo y que la lleva a esperar que dicho pretendiente (con armadura azul y sobre un caballo blanco, claro) esté siempre allí, impasible, sin presionarla, sin hacer preguntas, sin esperar explicaciones hasta que ella se decida a acercarse cuando le parezca que su galán ha demostrado ya con su actitud un amor incondicional, bien sufrido, inalterable, eterno. Entretanto, ella se deja raptar tranquilamente por el caballero negro. Pero, claro, el príncipe lo busca, lo localiza y lo vence en mortal combate, y ella finalmente se casa con su salvador, que se ha jugado la vida por su amor.
Esta historia es más o menos tan hermosa como un atún. (¿Alguien me presta una foto de un atún para insertarla aquí?) De niños nos dijeron que luego la princesa sería feliz en sus brazos para siempre jamás. Nos mintieron. No hay nada más patético que un adulto mintiendo a un niño, metiéndole en la cabeza sus propias ilusiones frustradas, soñando con que tenga lo que él no tuvo (vas a ser la estrella de Hollywood que yo no fui), y sabiendo que la princesa, en sus noches de insomnio, llorará de añoranza por el caballero negro durante su matrimonio. La realidad es que su amado príncipe la salvó de sí misma, de sus pulsiones y deseos más oscuros, y hay momentos en que ella eso no se lo perdona.
En el siglo XXI los hombres tenemos un problema, no encontramos nuestro lugar entre esos dos personajes. Y las princesitas, a los 40 años siguen preguntándose con cara de estupefacción por qué los hombres les mienten. Pasa como con los baterías. Antes uno era admirado como batería de blues porque había tocado blues toda la vida, pero de reggae, heavy o jazz no tenía ni idea. Hoy se espera que uno toque todos los estilos y encima bien, o es un mediocre. Somos una sociedad casi tan enferma como la japonesa, en que los jóvenes, debido a los desmedidos resultados que se esperan de ellos, se encierran durante 10 años en su cuarto hasta que se suicidan. Aquí, el príncipe gris-azulado conduce un deportivo de 500 caballos tuneado en azul metalizado, la princesa se sube en él con martinis, diamantes, humo y pájaros en la cabeza, y se caen por el acantilado del divorcio, por gilipollas.
21.9.07

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