domingo, 23 de septiembre de 2007

Habas

Es una noche tranquila, observo por la ventana los rectos y condensados edificios, manchados de vida por las ventanas iluminadas (serán un tercio del total de las ventanas, pero son muchas), es mucha gente ya en el hogar, en familia, tras un día duro, cenando o viendo la televisión, alguno fumando en la oscuridad de su terraza, tomando el aire plácido de principios de octubre, en silencio, tal vez para convencerse a sí mismo de que no le va a sentar mal lo que ha cenado, o porque no quiere ser como el vecino de enfrente al que observa discutir con su mujer, que está al borde de la histeria y le ha lanzado una servilleta a la cara y ha tirado al levantarse algunas cosas de la mesa al suelo (tal vez un vaso con vino, una fuente de ensalada que estaba a su derecha, y llora mientras recoge los cristales mezclados con los restos de ensalada, y se corta levemente en un dedo y grita al marido mientras su hija adolescente se le acerca para ver la herida (no es nada, no es nada) y el hijo pequeño corre llorando a su cuarto buscando que cesen los gritos, que vuelva la tranquilidad de la noche, y el hombre de la terraza de enfrente entra en el comedor, se siente mal, son esas indigestas habas que se ha comido a disgusto, y no quiere hacerlo, pero cuando su esposa le pregunta desde el sofá por su mala cara, se le ha contagiado la agresividad de sus vecinos y le dice: “Tú y tus putas habas de mierda”. Pero la mujer calla, ya se vengará, y sale a la terraza a fumar, se coloca bien el sostén bajo la camiseta blanca que lleva puesta, y de repente dirige sus ojos hacia mí justo cuando el vecino que había recibido la servilleta lanzada a su cara fuma también asomado a la ventana de su comedor y me mira también, y las dos miradas me intimidan, y bajo la cabeza como si fuera culpable, recibiendo su odio, pero aunque quiero quedarme, me han contagiado su desasosiego, y corro las cortinas con ganas de gritarles que se vayan a tomar por el culo, y fluye el silencio acentuado por una moto que se oye lejana, y me siento en mi sofá algo desconcertado porque yo no tengo mujer a la que ofender, molestar o insultar, y jamás desearía hacer eso, pero al menos ellos pueden reconciliarse, aunque tal vez uno de ellos asesine al otro esta noche, o ambos maridos se encuentren en algún bar de putas y no se reconozcan, buscando ofrecer la caricia que han perdido en esta noche tranquila.

23.10.01

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