Tenía una
niña un hámster
que roía un
champiñón,
así que se
acercó a un ficus
y lo imitó
con tesón
(al hámster,
no al champiñón,
ni al ficus,
¡qué confusión!).
Con tanto
tesón roía
que el ficus
se le quejó.
Le dijo:
"Si por imitar a ese
te me vas a
atragantar,
puede que
luego te pese
y tosas
hasta llorar".
El hámster
se puso gordo,
la niña
empezó a toser,
la madre le
dio un azote
y el hámster
echó a correr.
Su cabeza
daba vueltas
como una
pequeña noria,
pero se le
pasó pronto,
y hubo paz y
después gloria.