En la esquina de mi casa había un bar llamado “El provisional” donde trabajaban cuatro mujeres y un hombre, todos ellos raros. Siempre que entraba me daban esa sensación y no sabía explicar por qué. Me parecían personas con las que no podría haberme entendido, quizá con otras ideas o costumbres, otra manera de ser o de hacer, otro carácter. Era una de esas sensaciones que uno enseguida descarta, tachándolas de tonterías de origen relacionado con los prejuicios o con intuiciones cuya relevancia resultaría de imposible verificación. Tal vez respondía a la humana y común necesidad de retratar a los demás, a modo de dibujo animado o personaje de cómic; tal vez a nuestra tendencia a clasificar por grupos: Esta mujer es mi tipo, con ésa no podría estar nunca, con aquél seguro que me entiendo, ésos dos hacen buena pareja pero no sé que hace Luis con una mujer como Laura, no te fíes de la gente con bigote, no sé cómo pueden gustarle a tu hermana los percebes. Y al final nos decimos que las relaciones son cuestión de química, de afinidad.
Cuando llevé a Mo a tomar café a “El provisional”, ante el cual ella había pasado infinidad de veces cuando vivía en mi barrio, no tardó mucho en hacerme partícipe de su convicción de que los cinco que regentaban el bar siempre le habían parecido gente de otro planeta. Con ganas y risas manifesté mi sorpresa. ¿Cómo podía haber sentido ella lo mismo? ¿Por qué tampoco podía explicar a qué obedecía esa percepción tan rotunda? Le dimos vueltas al asunto buscándole explicación, observándolos, analizando rasgos y actitudes, sin alcanzar ningún resultado de peso con el que establecer argumento alguno que pudiera convencer a nadie.
Una mañana encontré el bar cerrado, y sobre la persiana metálica había un folio pegado con celo que decía: Cerrado por fin de la misión. A Mo y a mí no nos sorprendió en absoluto. Sabemos que esa gente está de vuelta en Marte.
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3 comentarios:
Y fíjate tú, que a mí me ha pasado eso muchas veces, pero, ¡qué digo! no muchas, sino muchísimas y todos los días, en algún momento,tengo esa sensación de notar a la gente "rara", por como caminan, las cosas que dicen, como se ríen, como se meten el dedo en la nariz, como se rascan... Y no importa el lugar donde me encuentre, sucede en todas partes:en bares, en el metro, por la calle, en una tienda, y no me pasa sólo con desconocidos sino también, a veces, con amigos, familiares, incluso (esto es lo que más me asombra) conmigo misma cuando me veo de refilón en algún cristal o me miro fijamente en el espejo. Por eso creo que tengo la explicación a esa sensación y aunque no he logrado aún saber cuál es mi misión aquí, he llegado a la conclusión de que la "marciana" en este caso, no me cabe la menor duda, soy yo...
Un abrazo,
Inma
¡Bienvenida a Marte! ;-)
De acuerdo, ellos no "andan" entre nosotros, nosotros andamos entre "ellos"...
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