Hará diez años me enteré de que justo en la desembocadura del río Llobregat existía una masía abandonada a cuyos muros llegaba ya el mar, que había ido comiéndose la tierra del delta. Vi fotos antiguas en que aún estaba rodeada de campos cultivados, y sentí curiosidad por ver las olas entrando en la casa .
Entre polígonos industriales colindantes al aeropuerto y caminos por los que no pasearía ni de día, conseguí encontrar la desembocadura, dejé el coche y, sorteando innumerables latas, botellas y desperdicios de diversa índole expulsados por el mar, me acerqué a la orilla. Y allí estaba la vieja masía, un edificio sin el menor encanto. Durante las tormentas el agua debía de golpear aquellas piedras centenarias, pero aquel día quedaba a un par de metros de la casa, dentro de la cual había tanta basura que enseguida supe que no valía la pena siquiera rodearla, y la idea de entretenerme por allí un rato buscando algún tronco de formas sugerentes la desestimé también de inmediato. Ni rastro de la belleza visual que había ido a buscar.
Mi decepción era tal que decidí marcharme de allí cuanto antes, cosa que hice con mayor rapidez cuando vi que llegaba un coche y se bajaban de él un hombre y una mujer de aspecto poco agradable. Allí no había nada que hacer, nada que ver, nada sano que recolectar, por tanto el sospechoso motivo de su llegada fue más que suficiente para que me apresurara a no compartir aquel basurero con ellos.
De camino al coche, en cuanto dejé la playa y pisé tierra firme, noté que mis botas camperas pesaban más de lo normal, y descubrí que el hueco entre el tacón y la suela se hallaba repleto de una masa de arena compacta. Sabiendo que la arena mojada no se pega de ese modo, no quise quedarme allí más tiempo y opté por quitarla más tarde, no me importó que ensuciara el suelo del coche. Me sentía extraño en aquel lugar inhóspito y, sencillamente, me marché.
No volví a acordarme del mazacote adherido a mis botas hasta que estaba en el ascensor de casa, y lo que vi al mirarlas me sorprendió hasta asustarme. La masa de arena se había vuelto de color verde oscuro brillante y eléctrico como la pintura metalizada de un coche, o como el del caparazón irisado de ciertos escarabajos. Entré en casa con las botas en las manos, las dejé en el cuarto de baño y fui rápidamente en busca de un destornillador. Con él rasqué toda la arena incrustada asegurándome de que ni un grano cayera fuera del wáter y con cuidado de no tocarla con las manos. La operación no me llevó menos de veinte minutos.
Cuando pienso en las playas de nuestro litoral que tanto he frecuentado desde niño (la del Parque Natural del Delta del Llobregat, la más cercana, o las de Gavà y Castelldefels, a escasos kilómetros, me pregunto hasta qué punto estamos siendo envenenados por las fábricas que producen lo que consumimos y por los servicios que tan felizmente utilizamos, y sólo se me ocurre que lo que no nos mata, nos hace mutantes.
He buscado la masía en Google Maps pero debe de haber desaparecido y, reflexionando sobre la velocidad de la erosión natural, yo más bien diría que se ha desintegrado. Si a alguno de mis lectores (supongamos que los tengo), le urge ocultar un cadáver, no le recomiendo esa playa por no convertirme en cómplice, no por otra cosa. Y mientras esperamos que construyan las nuevas pistas de nuestro aeropuerto internacional para volar en vacaciones a paraísos que tenemos ya pensado contaminar lo antes posible, recordemos con algarabía cuánta razón tenía
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El Danuvi és blau
tal com diu "l'Strauss"
Però el riu Llobregat
és amarronat,
el Besòs és verd
i groc n'és el Ter.
L'Ebre vist del mar
és blanc nuclear
i el Segre mirat
des d'un puig
és color de gos com fuig.
Aigües tèrboles,
aigües tòxiques,
clavegueres enciseres,
aigües fètides,
aigües pútrides,
que gentils regueu
el clar país, el meu.
Hi ha rius d'un groc tinyós,
n'hi ha d'un tornasol oliós,
n'hi ha d’un caqui llefiscós,
i és que de porqueria
n'hi ha de tots colors.
Flairem els efluvis jolius
que fan els nostres rius.
Cantem ensumant cara al vent:
Quina catipen!
Cadàvers de gallina
i llaunes de tonyina
i raspes de sardina
és tot el bestiar
que al riu s'hi pot trobar.
Com enyorem els pes-ca-dors
ara que han tocat el dos,
que de peixos si n'hi ha alguns
suren junts ben difunts
confitats amb un suc pudent
plè d'escuma detergent
i residus radioactius,
papers, plàstics i preservatius.
Líquids patògens, detritus càustics,
fluïds atòmics, bosses de plàstic.
Quin femer!
El riu Llobregat és amarronat,
el Besòs és verd i groc n'és el Ter.
L'Ebre vist del mar és blanc nuclear
i el Segre mirat des d'un puig
és color de gos com fuig
Que de porqueria n'hi ha de tots colors!
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1 comentario:
Un texto muy bien logrado, de todo mi gusto Ari
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