domingo, 15 de marzo de 2009

Zemfira


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Sigo recibiendo mensajes de rusas a diario. Si alguien tiene pensado mudarse a Rusia, le recomiendo que ponga una academia de idiomas con el reclamo: “Da el salto a España ligando por Internet en español. Garantizamos un 99% más de posibilidades que con el traductor automático”. Yo no sé si dichos mensajes son spam o si hay realmente chicas rusas en cibercafés escribiéndolos. Muchas. En muchos cibercafés.

Todos son muy parecidos aunque jamás iguales, y siempre dan una dirección de yahoo. Pero he visto varios casos en que la candidata a ser el amor de mi vida dice vivir en Rusia, pero en el perfil pone, por ejemplo, Alcalá de Henares. ¿Será un truco o un error? Yo no puedo evitar pensar que hay una muchacha rusa llamada Zemfira soñando con vivir en Alcalá de Henares. Puso un dedo en el mapa y dijo: A este lugar quiero pertenecer.

El mensaje de hoy empieza preguntando cómo está mi humor. Parece que voy a necesitarlo para seguir leyendo. Luego, tras presentarse, añade: “Soy muy raramente en este sitio, pero quiero conocerte, quieres esto?” La imagino en el cibercafé ofreciéndome un objeto al azar, por ejemplo un peine. No gracias, no uso peines. ¿Para qué coño me ofrece un peine la loca ésta? Se habrá pensado que soy John Travolta y que debería llevar uno en el bolsillo trasero de los tejanos. No es momento de peinarme, además es rosa.

Entonces dice: “Podemos hacernos los amigos buenos y podemos ser buscaban uno a otro toda la vida, no quiero perder esta posibilidad”. Veamos, si hacemos ver que somos buenos amigos, ¿hemos de hablar enseguida como si nos conociéramos desde la infancia? ¿Se hace así en Rusia? Y dice que no quiere perder la posibilidad de que seamos dos que se pasan la vida buscándose. Eso suena atroz, ¿no sería mejor encontrarnos ni que sea una vez, a medio camino, por ejemplo en Hungría? Si le digo de quedar en Budapest, ¿me dirá que es lo más hermoso que le han dicho y que, justamente por eso, no piensa ir?

Eso me recuerda a cuando con mis hermanos jugábamos a imaginar maneras de dificultar la vida en casa: Se trataba de colocar el sofá en el recibidor, la cama en el pasillo, el interruptor de la luz del lavabo en la terraza, de guardar la ropa en la bañera para tener que quitarla cada vez que vas a ducharte, y cosas así. Zemfira, después de darme su dirección de email, dice que esperará la carta con la impaciencia. Pues lo mismo, si no me da una dirección postal, tendrá que esperar la carta más bien con la paciencia. ¿De qué carta estamos hablando? Además dice “la carta”, como si tras cada mensaje electrónico que envía recibiera una carta. Muy inquietante, la verdad.

Acaba diciendo: “Apetezco mucho que me hayas respondido, es probablemente nuestro destino:) Con los mejores votos.” Y claro, el traductor automático se colapsó con la frase en subjuntivo: “Me apetece mucho que me respondas”, y para cuando se recuperó del colapso el tiempo había pasado (y cambiado), y ahora resulta que ya le he respondido porque ella me apetece mucho, y ése era nuestro destino, ella lo sabía. Se despide con los mejores votos, que intuyo que serán los de castidad y silencio postal. Y yo le he mandado la carta sin poder evitarlo, y he escrito en el sobre “Zemfira, Alcalá de Henares, Rusia”.

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sábado, 14 de marzo de 2009

El Coronel Sanders


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Recomendé a Mo “Kafka en la orilla” de Haruki Murakami, porque supe que le encantaría el original modo en que el autor japonés da vida a personajes ficticios dentro de la propia ficción. En dicho libro introduce al Coronel Sanders, la imagen del Kentucky Fried Chicken, como una aparición, un hada madrina cuya misión es ayudar a uno de los protagonistas a encontrar una piedra que abre una puerta. La otra noche hablé con Mo por teléfono y me contó lo mucho que estaba gustándole el libro, y comentó la aparición del Coronel. Dijo que la existencia de libros así daba ganas de vivir, pero también percibí que a ella le gustaría escribir de ese modo y no se siente capaz.

A la mañana siguiente Mo leyó en el periódico que una estatua del Coronel Sanders acababa de ser extraída del fondo del río en la ciudad japonesa de Osaka. Unos operarios que trabajaban en la construcción de un dique encontraron la cabeza, y más tarde el cuerpo. La estatua llevaba allí desde 1985, en que unos hinchas de un equipo de béisbol la arrojaron al agua. Me mandó el enlace a la noticia y me dijo que justamente iba por el episodio en que aparecía el Coronel Sanders cuando dio con ella, y confesó que se había asustado al sentir que se mezclaban la realidad y la ficción, que las cosas empezaban a traspasar las páginas del libro que estaba leyendo.
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Hace ya años que sé que las casualidades son señales que debo interpretar. O mejor dicho, dejan de ser casualidades para convertirse en señales en el momento en que me indican una dirección. He pasado dos días con esta idea flotando en mi cabeza, pero no encontraba ninguna indicación. Hasta que ayer vi en el cine “Vals con Bashir”. El protagonista no consigue recordar una etapa de su vida, pero se le repite un sueño relacionado con ella en que él aparece saliendo del mar de noche y llegando a la orilla. Pregunta por su sueño a un amigo, quien le dice que el agua, en los sueños, representa los miedos, los sentimientos. Me he acordado de eso al despertar de mi propio sueño esta tarde y, de repente, he comprendido lo que significa sacar al Coronel Sanders del agua.

Cuando uno se encuentra ante una obra de arte los misterios de cuya producción se le escapan, siente que no puede llegar a entender el proceso de la creación, y ésa es una sensación de impotencia conocida, la misma que sentimos al preguntarnos por la aparición de la vida en la Tierra y por nuestro origen. Pero cuando uno entiende el modo en que se ha producido una obra, tras analizarla, contemplar todas sus partes y estudiar sus ingredientes, cuando puede imaginar el proceso y aún así se siente incapaz de llevarlo a cabo él mismo escogiendo sus propios ingredientes, siente una impotencia distinta, que viene del miedo a fracasar. Pero uno no puede verlo. Si existe un Dios creador, desde luego hizo el mundo sin miedo. ¿O acaso se ha hablado alguna vez del miedo de Dios? Pero el miedo sólo es una puerta que hay que abrir si uno realmente necesita saber qué hay al otro lado.

Hemos de abandonar el miedo a escribir, sacar del mar de los sentimientos personajes como el Coronel Sanders (primero la cabeza, más tarde el cuerpo). La literatura está en el mar, de noche, y hay que llevarla a la orilla. Y si la función del Coronel era abrir una puerta, ahora la puerta está abierta. Lo malo es que los operarios todavía no han encontrado ni la mano izquierda de la estatua ni sus gafas, y para abordar la literatura, hace falta mucha mano izquierda, y nosotros empezamos a necesitar gafas.
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sábado, 7 de marzo de 2009

Marcianos

En la esquina de mi casa había un bar llamado “El provisional” donde trabajaban cuatro mujeres y un hombre, todos ellos raros. Siempre que entraba me daban esa sensación y no sabía explicar por qué. Me parecían personas con las que no podría haberme entendido, quizá con otras ideas o costumbres, otra manera de ser o de hacer, otro carácter. Era una de esas sensaciones que uno enseguida descarta, tachándolas de tonterías de origen relacionado con los prejuicios o con intuiciones cuya relevancia resultaría de imposible verificación. Tal vez respondía a la humana y común necesidad de retratar a los demás, a modo de dibujo animado o personaje de cómic; tal vez a nuestra tendencia a clasificar por grupos: Esta mujer es mi tipo, con ésa no podría estar nunca, con aquél seguro que me entiendo, ésos dos hacen buena pareja pero no sé que hace Luis con una mujer como Laura, no te fíes de la gente con bigote, no sé cómo pueden gustarle a tu hermana los percebes. Y al final nos decimos que las relaciones son cuestión de química, de afinidad.

Cuando llevé a Mo a tomar café a “El provisional”, ante el cual ella había pasado infinidad de veces cuando vivía en mi barrio, no tardó mucho en hacerme partícipe de su convicción de que los cinco que regentaban el bar siempre le habían parecido gente de otro planeta. Con ganas y risas manifesté mi sorpresa. ¿Cómo podía haber sentido ella lo mismo? ¿Por qué tampoco podía explicar a qué obedecía esa percepción tan rotunda? Le dimos vueltas al asunto buscándole explicación, observándolos, analizando rasgos y actitudes, sin alcanzar ningún resultado de peso con el que establecer argumento alguno que pudiera convencer a nadie.

Una mañana encontré el bar cerrado, y sobre la persiana metálica había un folio pegado con celo que decía: Cerrado por fin de la misión. A Mo y a mí no nos sorprendió en absoluto. Sabemos que esa gente está de vuelta en Marte.

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