Una reflexión de unos quince segundos sobre la profundidad del ser perro decapitado sobre el material-lienzo, nos ha llevado a intentar encajar algunas de las alegres cabezas de esta obra de Luis Macías sobre los cuerpos-bafle que pueden verse en la fotografía adjunta. La expresión de una cara tras ser guillotinado no suele ser tan vivaz, por lo que concluimos que dichas cabezas proceden de cuerpos diseñados con altavoces de alta fidelidad a la altura del cuello, pues sólo la música confiere semejante expresividad canina.
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Los ojillos de estos animallillos recuerdan a la mano del ceramista y estadista Haitiano Teodomiro Shamefulson García, quien, retomando la caprichosa imagen goyesca del mono tocando la guitarra al revés para el asno hispánico prefranquista, fijó un claro precedente de lo que nos encontramos en esta sobrecogedora obra del genial Macías.
Recuerda también a la pintura naíf, por el colorido, por la ausencia de perspectiva, por la definición de los contornos, por lo naíf, y podemos afirmar sin atisbo de excentricidad que nos hallamos ante la representación alegórica de una familia Amish en todo su esplendor, de visita en la gran urbe neoyorkina. Enriquece el conjunto un claro guiño al género pulp, por el pulpo (¿No ven ustedes un pulpo?).
Asimismo, podemos establecer una relación con el género terrorífico por omisión, basándonos en el evidente hecho de que en el lienzo hay una total ausencia de elementos asustativos. Con este cuadro no se asusta a un niño de 5 años a no ser que se añada el rostro de José María Aznar. Nos inquieta especialmente el vacío reinante en el centro mismo del lienzo, que se extiende con acierto al centro-derecha (una clara crítica social), en la cual se detecta sin embargo una alta concentración de miedo metropolitano, técnicamente representado por ciertos trazos amarillos que podríamos calificar de tormenta eléctrica infantil. En una reciente entrevista, Macías declaraba que el vástago de una mujer cohabitante de Brooklyn se acercó en su estudio a la obra armado de un pincel impregnado de mayonesa caducada y, cuando estaba a punto de aportar su talento a lo que ante sus ojos se alzaba como un gran cuaderno de pinta y colorea, recibió un grito semihistérico de su progenitora que le produjo convulsiones de cuyo resultado nos ha quedado constancia en forma de los citados trazos luminosos. El artista supo conservarlos para comunicarnos que no hay nada como una convulsión eléctrico-auditiva-rompe-tímpanos de origen hispano para reflejar el miedo social a través de una mano infantil e inocente. (Hemos sabido que el chaval se llama Fernando-Steven Gonsáles y le auguramos un futuro artístico incierto entre carcelario e itinerante). Porque Macías sabe dar siempre un original toque de gracia a cualquiera de sus obras, como hemos visto en otras ocasiones (Pez fuera del agua con sordina, Tostadora acongojada en papillote, o Brazo retorcido en mi menor).
En definitiva, una obra que deleitará principalmente a todos aquellos intelectuales que disfruten impregnándose de la intensa relación entre los Caprichos de Goya, la congoja imperante en la urbe del nuevo milenio, la cerámica haitiana y los cuerpos-bafle.
Jason Emptyframes
Saddle Brook Modern Art Museum Magazine
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