Los gatos son inteligentes. Ayer vi a uno por la calle frente a un paso de peatones y me fijé en cómo observaba el semáforo. Cuando se puso verde, miró a izquierda y derecha y cruzó sin prisa, con paso elegante y la cola levantada. Yo estaba sentado en un café. Se paró frente a mí porque se encontró a un amigo y, tras un maullido de cortesía, se puso a recitarle unos versos de
Distraído: ¿Dices que el gato se puso verde?
Descreído: Los gatos no fuman.
Impaciente: ¿Y le diste fuego?
Suspicaz: ¿Y qué hacías tú allí a esa hora?
Liante: ¿
Impertinente: Góngora, ya. Quieres hacernos creer que has leído a Góngora.
Disperso: ¿Dices que llenó la pipa?
Superficial: A mí me parecen más elegantes los perros.
Postmoderno: A mí me parecen más elegantes los cerdos.
Surrealista: A mí me parecen más elegantes las hormigas.
Psicólogo: Miras más a los gatos que a la gente.
Hambriento: ¿Quieres kikos? ¡Están de muerte!
Malintencionado: Tu historia es algo confusa, ¿no?
Simple: Entonces, ¿el gato es inteligente por lo del poema?
Ignorante: Entonces, ¿el gato es inteligente por la obra de teatro ésa?
Retorcido: Si miró primero a la izquierda debía de ser zurdo, ¿no? ¿Con qué mano aguantaba la pipa?
Escéptico: Yo creo que no eran amigos, para mí que ese gato le da la paliza al primero con que se cruza.
Pedante: Me encanta la poesía culterana.
Absurdo: Me gusta más cuando escribes sobre champiñones.
Vago: A mí es que los textos largos no me entran, ¿sabes?
Egocéntrico: Yo antes tenía un gato.